En el capítulo 377 de Sueños de Libertad, la tensión entre Fina y Pelayo alcanza un punto de no retorno, dejando claro que sus destinos se encuentran peligrosamente entrelazados. La escena central se desarrolla en la habitación de Fina, un espacio que hasta hace poco era un refugio, pero que ahora se siente como una prisión invisible, cargada de miedos y secretos que amenazan con desmoronarse en cualquier momento.

Desde el inicio, la desesperación de Fina es palpable. Con la voz temblorosa, lanza una pregunta que en realidad es un grito de auxilio: “¿Qué quieres que haga? ¿Dónde me voy? ¿Qué hago? Si lo tengo todo aquí…”. Para ella, Toledo no es solo un lugar, es el centro de su vida. Allí está Marta —su mayor motivo para seguir adelante—, sus amigas, su trabajo, y todo aquello que le da sentido a su día a día. La idea de abandonarlo todo le resulta impensable, casi una traición a sí misma. Sin embargo, lo que Fina no puede ignorar es que su situación ha dejado de ser segura, y lo sabe, aunque no quiera admitirlo.

Pelayo, frío y directo, entra en la habitación sin pedir permiso y sin rodeos le pregunta cómo se siente. La respuesta de Fina es breve, pero cargada de un peso insoportable: “Mal”. Lo que ha ocurrido la ha marcado de manera irreversible. Sabe que en la vida la mayoría de los errores pueden corregirse, pero arrebatarle la vida a un hombre es una línea que, una vez cruzada, no admite vuelta atrás. La culpa es un peso que la aplasta, un eco constante en su mente que no la deja respirar.

Pelayo intenta suavizar el golpe con una justificación que para él es lógica, pero que para ella suena hueca: según él, no había otra opción; Santiago habría acabado con la vida de ambas, tanto la de Fina como la de Marta. Sin embargo, Fina no se deja convencer. Para ella, todo empezó a torcerse desde que Santiago irrumpió en sus vidas y en la colonia. Con amargura, sentencia que jamás debió haber cruzado ese umbral.

En lugar de seguir discutiendo sobre el pasado, Pelayo intenta redirigir la conversación hacia el futuro. Con un tono que mezcla urgencia y advertencia, le explica que quedarse en Toledo es extremadamente peligroso. El cuerpo de Santiago aparecerá tarde o temprano, y cuando eso ocurra, las sospechas se dirigirán inevitablemente hacia ella. Estas palabras logran alterarla, sobre todo porque el día anterior, él mismo le aseguró que enterrar a Santiago en la casa de la montaña era seguro.

La contradicción no pasa desapercibida. Pelayo cambia el discurso: asegura que solo intenta protegerla y recalca que, si la descubren, las consecuencias serán fatales. Habla de la posibilidad de ser ejecutada o pasar el resto de su vida en prisión. Y entonces, saca su as bajo la manga: le propone huir a Buenos Aires. No es una idea improvisada; afirma tener contactos allí que podrían ayudarla a empezar de cero, incluso trabajar como fotógrafa, algo que podría devolverle una ilusión perdida.

Pero Fina, sin titubear, rechaza la propuesta. Su razón es simple y contundente: no va a dejar a Marta. No hay plan, por prometedor que parezca, que valga lo suficiente como para separarla de la mujer que ama. Esta negativa enciende la frustración de Pelayo, que decide cambiar la estrategia. Lo que comenzó como una conversación persuasiva se convierte en un ataque personal. La acusa de egoísta, de pensar solo en sí misma, y le advierte que, al quedarse, también pone a Marta en peligro. Fina, dolida, le responde que lo que él realmente quiere es usar la situación como excusa para librarse de ella.

Es entonces cuando la conversación toma un giro más oscuro y amenazante. Pelayo revela que no solo tiene palabras para presionarla: también tiene pruebas. Saca un pañuelo de la escena del crimen, uno que lleva las huellas de Fina. La amenaza es directa y sin ambigüedades: si no acepta irse, lo entregará a la Guardia Civil. La implicación es clara: será arrestada, y su vida, tal como la conoce, terminará.

Fina queda paralizada. El miedo se mezcla con la traición, la rabia y la desesperación. No sabe si enfrentarse a él o rendirse ante la presión. Está atrapada en una encrucijada imposible: protegerse a sí misma, mantenerse fiel a Marta y, al mismo tiempo, cargar con la insoportable culpa que arrastra. Lo peor es que sabe que Pelayo es capaz de cumplir su amenaza. Tiene tanto los medios como la voluntad de destruirla si eso le sirve para lograr su objetivo.

La escena finaliza con un silencio pesado, donde las miradas dicen más que las palabras. Fina entiende que cada paso que dé a partir de este momento tendrá consecuencias irreversibles. Su vida pende de un hilo, y ese hilo está ahora en manos de un hombre dispuesto a manipularla, chantajearla y amenazarla para salirse con la suya. Por su parte, Pelayo sabe que la tiene contra las cuerdas, pero subestima la fuerza que puede nacer de una persona que lucha por el amor y por su libertad.

Este episodio no solo expone el peligroso secreto que los une, sino que también retrata con crudeza hasta dónde puede llegar la manipulación emocional cuando el miedo y la culpa se convierten en armas. El amor de Fina por Marta es el único faro en medio de la tormenta, pero con cada paso, ese faro parece estar más lejos y la oscuridad más cerca. El futuro de ambas pende de un equilibrio frágil, y cualquier movimiento en falso podría romperlo para siempre.