La tensión se respira en cada rincón del palacio. Lo que parecía una jornada de reconciliaciones, decisiones prácticas y promesas de amor se convierte, una vez más, en una tormenta de emociones, traiciones y miedos. En La Promesa, las heridas no terminan de cerrarse… y algunas, apenas están por abrirse.
Simona, siempre fiel al equilibrio, intenta un acto de buena voluntad. Le pide a Martina que dialogue con Catalina, que intente salvar el lazo familiar antes de que se rompa del todo. La joven baronesa, en un inesperado gesto de humildad, acepta. Se acerca a su prima… y le pide perdón. Pero en esta casa, un gesto noble rara vez permanece sin consecuencias, y mientras una grieta parece sellarse, otras comienzan a resquebrajarse.
Catalina y Adriano, incapaces de encontrar un punto de encuentro, vuelven a enfrascarse en una discusión tan apasionada como desgarradora. Esta vez, el tema es claro: los hijos. ¿Qué es lo mejor para ellos? ¿Quién debe tomar las decisiones? Lo que queda claro es que ambos quieren lo mismo, pero caminan por rutas opuestas. La tensión entre amor y control ya es insoportable.
Toño, por su parte, confiesa a Manuel que su intento de cita romántica con Enora ha sido un desastre. La joven no ha respondido como él esperaba, pero lejos de rendirse, Toño está decidido a seguir intentándolo. Su terquedad romántica puede ser su mayor virtud… o su perdición.
Pero el verdadero terremoto se desata en la cocina. Cristóbal convoca a todo el servicio y pronuncia la sentencia que nadie quería oír: Lope volverá a ser lacayo. Su lucha por mantener su lugar entre fogones ha sido en vano. El joven baja la mirada, pero su alma arde en silencio. La cocina no es solo un trabajo para él… es su hogar, su dignidad, su todo.
Poco después, Ricardo se sincera con su hijo. Con voz firme pero rota, le confiesa que renunció a su propio puesto para que Santos pudiera ser readmitido en La Promesa. Pero le pide algo a cambio: que, al menos, intente ser cordial con Pía. Santos, herido y orgulloso, se niega. Dice que no puede. Que no quiere. La herida con Pía está demasiado viva.
Y cuando todo parece girar en torno al amor, al trabajo y al perdón, una bomba estalla en manos de Curro y Ángela. En un rincón olvidado de la finca, descubren documentos que vinculan al Capitán de la Mata con un oscuro negocio de tráfico de armas. Ángela enciende: quiere usar esta información para destruirlo de una vez por todas. Pero Curro, mucho más cauteloso, se niega. No quiere que ella corra peligro.
Sin saberlo, Pía, con una simple conversación, siembra en Ángela la idea de actuar por su cuenta. Cuando se da cuenta del efecto de sus palabras, es tarde. Curro, desesperado, corre a buscarla… pero ella ya no está.
El palacio se vuelve un laberinto. Los silencios pesan. Las decisiones revientan. Y el amor, una vez más, queda atrapado entre el miedo y el deseo de justicia.