La paz en La Promesa es ya solo una palabra vacía. Lo que era un enfrentamiento soterrado entre Catalina y Martina ha explotado en un conflicto frontal, marcado por reproches, amenazas y acusaciones que podrían fracturar para siempre los cimientos familiares. Aunque la pequeña Rafaela ha logrado recuperarse, Catalina no puede ni quiere olvidar lo sucedido. En su empeño por defender a los suyos, se enfrenta sin rodeos al barón de Valladares, recordándole que no se dejará someter por sus presiones ni chantajes.
Pero lo más duro no proviene del barón, sino de su propia sangre. En una conversación tensa, llena de reproches no resueltos, Martina acusa a Catalina de ser una madre negligente, de poner en peligro a sus propios hijos por orgullo. Catalina, herida por dentro, responde con frialdad, pero su mirada delata el golpe. El vínculo entre ambas parece romperse sin retorno.
El barón, mientras tanto, decide aumentar la presión. Presenta una lista de nobles que apoyan su causa, buscando intimidar a las mujeres de la casa y reforzar su posición. Catalina, sin embargo, cree que no es más que un montaje. Se aferra a la idea de que, como tantas veces, se trata de una maniobra para debilitarla desde dentro. Pero la acusación de Martina resuena aún en su pecho. ¿Será verdad que su lucha pone en peligro a quienes más ama?
Fuera de las intrigas políticas, otro frente se abre en la mansión. Cristóbal, obsesionado con reestructurar el servicio, insiste en devolver a Lope a su antiguo puesto como lacayo. Lope siente el golpe en su orgullo y su dignidad, pero sabe que poco puede hacer. A su alrededor, sin embargo, surgen voces de apoyo: Simona y Candela, fieles amigas y testigos de su esfuerzo, deciden intervenir. Juntas, se presentan ante Cristóbal con un ruego sincero: que no arrebate a Lope lo que tanto ha luchado por mantener.
En paralelo, Enora sigue escarbando en el pasado de Manuel, aunque este se muestra más distante que nunca. Centrado en su proyecto mecánico, le revela a Toño que Pedro Farré ya ha recibido el prototipo del motor que han diseñado. No hay espacio para el amor en su cabeza… o eso dice él.
Toño, sin embargo, siente cada vez más fuerte su atracción por Enora. En un gesto de camaradería, pide ayuda a Manuel para acercarse a ella. Lo que no imagina es que los sentimientos que nacen en él pueden resultar más complejos de lo que cree, sobre todo si Enora sigue atada a su misión personal.
Mientras tanto, Curro continúa abriendo heridas peligrosas. En una conversación con Ángela, le revela una verdad inquietante: tras investigar minuciosamente, está convencido de que no fue Cruz quien asesinó a Jana. Todo apunta al capitán de la Mata, quien habría envenenado a Jana después de dispararle. Ángela queda paralizada. El mundo, tal como lo conocía, se tambalea ante sus pies. El dolor, el rencor y el miedo se mezclan en su mirada.
Y como si todo esto no bastara, Ricardo intenta una aproximación a Pía. Sin embargo, lo que obtiene es una respuesta gélida. Pía le confiesa que ha sido amenazada por Santos. Ricardo, impactado, comienza a comprender el verdadero alcance de la red oscura que envuelve a los habitantes del palacio.
Y en una decisión inesperada, Alonso desoye a Lorenzo y revoca el despido de Curro. Es un gesto que podría tener consecuencias políticas, pero también emocionales. El muchacho, agradecido, siente por primera vez que alguien en la familia cree en él.
Las piezas se siguen moviendo, las verdades siguen saliendo a la luz y los vínculos se resquebrajan. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta dónde llegará cada uno para proteger lo que ama?
¿Puede una familia sobrevivir cuando se acusa a una madre de ser el mayor peligro para sus hijos? ¿Y qué precio pagará Catalina por seguir luchando sola?