En el vasto y apasionante universo de Sueños de libertad, hay personajes que amamos, otros que detestamos y luego está Don Pedro Carpena, una figura que, sin ser protagonista absoluto, se ha convertido en el eje del conflicto humano más complejo de toda la serie. Interpretado magistralmente por el veterano actor Juanjo Puigcorbé, Don Pedro no es el típico villano de manual. Es un hombre calculador, autoritario, manipulador… pero también profundamente roto.

Lo fascinante de este personaje es su ambigüedad emocional. Puigcorbé lo define como “un malvado que no quiere serlo” y esa frase, aparentemente contradictoria, encierra toda la verdad. Don Pedro no actúa únicamente por poder o codicia, sino por una necesidad patológica de control, motivada, en el fondo, por el miedo a ser abandonado, a perder todo lo que cree que le pertenece. En sus propias palabras, es “un niño herido” escondido tras una armadura de órdenes, chantajes y manipulaciones.

Uno de los vínculos más problemáticos en su trama es el que mantiene con su hermana Irene, interpretada por Ana Labordeta. Durante mucho tiempo, Pedro ha usado a Irene como instrumento emocional. Le exige favores, la manipula, le oculta información… hasta el punto de haberle negado el derecho más básico: saber que tenía una hija. Sí, Pedro ocultó la existencia de Cristina, hija biológica de Irene, y con ello, rompió el destino de dos mujeres que fueron privadas del vínculo más esencial: el de madre e hija.

Esta revelación no solo estremeció a los espectadores, sino que situó a Don Pedro en el ojo de la tormenta emocional. Ya no es solo un empresario frío o un hermano controlador. Es el responsable de un dolor profundo, de una traición irreparable que ha marcado vidas. ¿Puede un personaje que ha causado semejante daño ganarse la redención?

Juanjo Puigcorbé cree que sí. En entrevistas recientes ha expresado su deseo de que su personaje tenga una evolución hacia la redención, hacia una toma de conciencia que lo humanice. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿qué debe pasar para que el público lo perdone?

Quizá la clave esté en un sacrificio. Un gesto sincero, no para recuperar el poder, sino para sanar. Podría ser una confesión pública, una defensa desinteresada de Cristina, un acto de amor puro hacia Irene… o simplemente, un momento de ruptura interior donde Don Pedro muestre su dolor, sus heridas, sus miedos.

Sueños de libertad ha demostrado, desde su estreno en febrero de 2024, que sabe construir personajes tridimensionales. Ambientada en 1958 y heredera directa de Amar es para siempre, la serie ha logrado captar el corazón del público con un reparto de lujo: Natalia Sánchez, Dani Tatay, Roser Tapias, Ana Fernández y, por supuesto, Juanjo Puigcorbé, cuya interpretación de Don Pedro es una de las más comentadas y potentes de la sobremesa televisiva actual.

El universo de la Colonia de la Reina ha sido testigo de traiciones, romances prohibidos, injusticias brutales… y en medio de todo ello, Don Pedro ha crecido capítulo a capítulo. No por carisma, sino por su capacidad de representar lo más crudo del alma humana. Es un personaje en guerra consigo mismo, atrapado entre el deseo de mantener el control y el temor a quedarse solo.

Cada escena suya es una batalla entre el poder y la vulnerabilidad. Y eso es lo que lo hace tan fascinante. No es fácil odiarlo por completo. A veces, una simple mirada o una frase dicha en voz baja bastan para mostrarnos que detrás del villano hay un ser humano perdido.

Este arco de posible redención nos lleva inevitablemente a compararlo con otras grandes figuras de la ficción: desde el amargado Scrooge que cambia su vida en Cuento de Navidad, hasta Walter White en Breaking Bad, pasando por infinidad de personajes literarios o cinematográficos que han recorrido un oscuro camino antes de encontrar luz.

¿Hará lo mismo Don Pedro? ¿Tendrá su momento de redención o se hundirá con sus propias decisiones? ¿Será capaz de reconocer públicamente su culpa y buscar el perdón de Irene y Cristina? ¿O veremos en él una figura trágica, incapaz de cambiar?

La serie no ha dado una respuesta definitiva, pero los indicios apuntan a que estamos ante un punto de inflexión. Si algo ha demostrado Sueños de libertad, es que nadie está completamente perdido. Cada personaje, incluso el más temido, puede encontrar una grieta por donde entre la luz.

La última palabra de Don Pedro aún no ha sido pronunciada. Y quizá, cuando llegue, no será una orden ni una amenaza, sino un susurro de verdad que, por fin, lo libere de sí mismo.